Cada día veía el espejo del pasillo de la primera planta y
se quejaba por no poder subir hasta él, pero sus padres, sus hermanos mayores y
la tata le recordaban que ella tenía la ventaja de pasar el día entero en el
jardín, si lo deseaba, sobre todo desde que habían ampliado la puerta de atrás, para que la silla de ruedas pasara sin chocar con el marco.
Pero a ella eso no le consolaba, porque lo que quería era
mirarse en el espejo, peinar su precioso pelo largo, del que tanto presumía con
su hermana pequeña, dejarse llevar en el mar de sus ojos azules como hacía su
padre cada noche al acostarla y hacerle esas muecas tan divertidas que sus
primas le habían enseñado.
Y así, mientras pensaba en cómo sería verse a través de ese
espejo, comenzó a subir las escaleras.